La Espada

La Espada

Espada 2


 


Calle Vid # 133.

Col. Las Mandarinas
                                                  

León, Gto.

Diciembre 2007

No. 2

Email: flaviosantoyo@ilovejesus.net

 Contenido:

                         La Disputa
                                 Por Guillermo Kincaid
 33 Y llegó á Capernaum; y así que estuvo en casa, les preguntó: ¿Qué disputabais entre vosotros en el camino?
34 Mas ellos callaron; porque los unos con los otros habían disputado en el camino quién había de ser el mayor.
Marcos 9
 
Una curiosidad de esta historia es que Cristo hace una pregunta, y ninguno respondió. Qué triste cuando Jesús quiere dialogar, y no podemos responder. Pocas historias en la Biblia ilustran la naturaleza humana mejor que esta. Si tuviéramos que comparar alguna creo que sería el pueblo de Israel después de ser liberado de Egipto. Vieron las diez plagas severas sobre sus opresores mientras escaparon sin daños. Vieron el mar Bermejo abrirse de lado a lado como si fueran enormes compuertas, y cruzaron caminando en tierra seca. Como espectadores presenciaron el ejército egipcio ahogarse, y quedaron atónitos hasta ver sus cadáveres amontonarse en la orilla. Cuando tuvieron sed vieron agua brotar de la piedra. Cuando tuvieron hambre recogían pan que caía del cielo cada madrugada. Y con todo no podían dejar de quejarse y murmurar. Y cuando les tocó entrar a la tierra prometida, prometida digo, temblaron y huyeron como ratones. Es comportamiento desdeñable, y enteramente humano. Todos somos iguales. Yo he experimentado demasiadas veces oraciones contestadas, pero cuando oro, temo que Dios no oirá, no responderá, o tardará demasiado. Dios me ha bendecido mucho, y literalmente no me debe nada, pero me quejo de costumbre. Me es natural. Es natural a todo humano.
 En este caso, observamos hombres "maduros," aunque lo digo con la lengua en la mejilla, maduros digo, disputando como muchachos. ¿Y sobre qué? Quién había de ser el mayor. Ahora yo entiendo el argumento. Es naturaleza humana compararnos. Sentimos inseguros, sin confianza personal, y nos fortalecemos emocionalmente comparándonos con otros. Y hasta un punto está bien. Es muy natural. Pero hay un peligro.
 12 Porque no osamos entremeternos ó compararnos con algunos que se alaban á sí mismos: mas ellos, midiéndose á sí mismos por sí mismos, y comparándose consigo mismos no son juiciosos.
2 Corintios 10
 En primer lugar no tenemos suficiente información para medirnos. Somos realmente ignorantes, no solamente acerca de otros, pero de nosotros mismos. ¿Quién entre nosotros se conoce suficiente para medirse?
 3 Yo en muy poco tengo el ser juzgado de vosotros, ó de juicio humano; y ni aun yo me juzgo.
4 Porque aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso soy justificado; mas el que me juzga, el Señor es.
1 Corintios 4
 Además, es una comparación falsa. Ninguno de nosotros tenemos las mismas circunstancias. Y en realidad todos somos de la "misma masa." ¿En qué sentido podemos fingir ser mejor que otro, si lo que nos distingue es solamente nuestra situación? Pero además, cuando hay diferencia verdadera, lo que nos distingue es decisión de Dios.
 7 Porque ¿quién te distingue? ¿ó qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿de qué te glorías como si no hubieras recibido?
1 Corintios 4
 Todo lo que tenemos es regalo de Dios, nuestras circunstancias siendo el criterio menos importante. Nuestra genética, herencia, inteligencia, salud y dones espirituales, todos vienen directamente de Dios. Es absurdo compararnos o medirnos o juzarnos. Pero si los apóstoles hicieron el error de compararse entre si mismos, o juzgarse injustamente, es muy natural, casi inevitable. Se pudieron haber recapacitado, auto-regañado, y corregido a tiempo, algo que solemos hacer como humanos. Pero su error de corazón brotó en un argumento. Y no parece haberse limitado a dos o tres de ellos. Todos estaban involucrados en el argumento.
 Tratando de imaginar el escenario de este drama, si estás colectando historias chistosas en la Biblia, esta tiene que ser incluida. ¿Cómo sería el argumento? ¿Cómo se justificaría cada uno mientras mantiene su propia causa? Andrés fue el primero que dejó a Juan Bautista para seguir a Jesús. "Yo fui el primero," dirá. "Tengo más tiempo en la iglesia que ustedes." Pedro había caminado sobre agua unos cuantos pasos. "Me vieron, tomé cuatro pasos completos antes de hundirme." Juan y Jacobo fueron llamados Boanerges, "somos los mejores predicadores, hijos del trueno, ¿quién lo niega?" Aun Judas Iscariote fue escogido como tesorero. Vaya, qué argumento más chistoso. Tan bobo era el argumento que cuando Cristo les preguntó de qué estaban disputando, ninguno de ellos osaron abrir su boca. Todos se avergonzaron completamente del argumento tan pronto que Cristo les preguntó. Algunos argumentos se descubren ser innecesarios, o tontos, después de considerarlo un poco, o recapacitar un poco, pero este ni requería el regaño. Estaban avergonzados inmediatamente, sin una sola palabra. Las razones son obvias. Era un argumento ridículo por la compañía presente, por la circunstancia inmediata, y por la comisión particular de cada uno.
 La Compañía presente
 Tras semejante argumento un curioso preguntaría, ¿quiénes eran estos apóstoles? Pensaría que tuvieran que ser algo notable para sostener una disputa semejante. Dale West mientras era jóven pastor en Texas, una vez pidió oración de su congregación que Dios le ayudara evitar soberbia, y una anciana de la iglesia le preguntó delante de todos, ¿qué tienes para hacerte soberbio? Resulta que no fue necesaria la oración. La hermana le evitó la soberbia con una sencilla pregunta. Y al considerar quienes eran tales apóstoles, descubrimos que no eran nadie. Ninguno de ellos educado. Ninguno de ellos de sangre noble. Ningún profeta entre ellos, ni hijo de profeta. Ninguno había hasta entonces logrado nada. Qué pobre grupo de enanos disputando quién había de ser el mayor.
 Otra consideración es que estos acaban de ver a Cristo en el monte de transfiguración. Le habían visto en su gloria. Apenas habían descendido del monte. Todavía dolían sus ojos por la visión. Aparte de enfatizar la preeminencia de Cristo, en el monte los apóstoles fueron puestos en relieve por personajes nada menores que Moisés y Elías. ¿De qué estaban disputando entonces? Quien iba a ser mayor entre escasos doce personas. Era una competencia muy limitada. Como una calcomanía en la defensa trasera de una carcacha vieja, "lento, pero delante de ustedes." No es ningún logro ser mayor que nadie, y no es mucho logro ser mayor que varios nadies a la mano.
 Pero al hablar de la compañía no hablo de ellos, por insignificantes que fueran, ni de Moisés y Elías, por supuesto. Hablo de Jesucristo. En realidad, los apóstoles no estaban disputando quien iba a ser "mayor." Lo mejor que pudieran haber esperado es lograr ser "segundo." Ninguno era de comparar con aquel carpintero de Nazaret. Nacido de virgen, sin pecado alguno, poderoso en extremo, sabio más allá de la imaginación, el mero Creador entre ellos. Ninguno estaba comparándose con él. ¿Qué argumento puede ser más tonto que ese? No debían hablar de mayor, sino de segundo lugar. Pero ¿quién pelea para ser segundo? ¿Cómo te jactarías? "¡Yo soy el mejor de los perdedores!" "Yo soy menos fracaso que todos ustedes." 'Peco un poco menos que tu." Pecadores, ignorantes, bobos, peleándose en la compañía de Jesús sobre quién había de ser mayor. Con razón quedaron meneándose la cabeza cuando Cristo pesquisaba de la disputa.
 La Circunstancia inmediata
 Pero si no se te hizo suficiente chistoso un argumento semejante en presencia de Cristo, considera las circunstancias inmediatas. En primer lugar, como mencioné, acaban de ver a Cristo en el monte, resplandeciente. Pero muy aparte, el mismo día del argumento, pocas horas antes, literalmente acaban de ser fuertemente humillados. Mientras Cristo estaba aparte, un hombre había llevado su hijo endemoniado para ser sanado. Y por lo que parece horas habían intentado echar fuera el demonio. Uno tras otro habían tomado su turno, como aquellos vagabundos años después que aprendieron a no blasfemar, "Os conjuro por Jesús, el que Pablo predica." Uno tras otro habían fracasado, y no en privado. Públicamente, acosados por los escribas, y frente a la multitud, no podían. Por todo lo natural debían estar desanimados, sintiendo inútiles, pobres, débiles, ignorantes, notoriamente fracasados. ¿Cómo surgió semejante disputa en la sombra de tal fracaso tan humillante? ¿Cómo olvidaron su vergüenza tan pronto? ¿Cómo desapareció de su memoria el enojo y desilusión de Cristo hace unas cuantas horas, al ver que entre sus discípulos, ninguno, ninguno repito, había orado y ninguno ayunado suficiente para echar fuera un demonio de categoría?
 Se supondría que un argumento sobre quien habrá de ser el mayor surgiría después de alguna victoria. Se supone que nuestra soberbia sería más peligrosa cuando hemos vencido tentación, o hemos logrado algún éxito. Pero por experiencia vemos que no es así. Tendemos a ser más soberbios cuando menos debemos. Nuestro orgullo y vanagloria demasiadas veces no es relacionado con éxito, sino es sobre-compensación por fracaso. Sentimos mal por derrota, y nos hinchamos casi por reflejo para aliviar la vergüenza. Más absurda circunstancia no puede haber. Apóstoles apenas regañados por fracaso, y públicamente humillados delante de los escribas y toda la multitud, se encuentran inmediatamente después disputando sobre quien de ellos había de ser el mayor. Con razón se callaron cuando Cristo les preguntó.
 La Comisión de cada uno
 Bueno, si no ha sido suficiente claro la tontería de esta disputa hasta ahora, debemos considerar el encargo de los apóstoles. De hecho, Cristo les había llamado "apóstoles," que significa básicamente "mensajeros." No les llamó "príncipes," ni "oficiales," ni "rabbíes." Eran no más mensajeros, enviados, peones. Y no fueron enviados a reyes, a gobernadores, a los nobles del pueblo, sin a las ovejas perdidas de la nación de Israel. Estaban sanando a leprosos, mendigos ciegos, pordioseros cojos, predicando a pobres, publicanos y prostitutas. Eran en una palabra, siervos de los siervos.
 Pero no solamente llamados a servir, los apóstoles estaban encargados de predicar. Predicar es por naturaleza humillante, una obvia locura a los sensatos. Por mi parte, para seguir predicando, tengo que recordarme a menudo que lo que hago, no lo hago para mí, sino para Jesucristo, no para honra inmediata, sino para galardones eternos. Un predicador es constantemente recordado de su estado bajo en la sociedad. Parece que los apóstoles todavía entendieron equivocadamente al predicar el "reino de Dios," que les ofrecía gloria terrenal, y eso luego luego. Pero aun ellos como predicadores enfatizaban lo espíritual, no lo carnal. El argumento era contrario al mensaje.
 Además, el evangelio que predicaron se distinguía del mensaje de los profetas anteriores, incluyendo a Juan Bautista, en que no solamente enfatizaron arrepentimiento, sino "gracia." Si no les fue revelado con la claridad que tuvo Pablo después, aun así estaban predicando misericordia, no méritos, fe y no ritos, y gracia muy contrastada con la ley de Moisés. O ¿quienes fueron los que recogieron en día de sábado, y fueron acusados por los Fariseos, y defendidos por la misma autoridad de Cristo sobre el sábado? No estaban predicando logros personales, legalismo, disciplina propia, como demasiados hoy. Y predicando el evangelio, o por lo menos predicándolo bien, ¿dónde queda la jactancia? Queda excluida. ¿O acaso olvidaron el mensaje divino de gracia? ¿Pasas tu por alto también lo que realmente significa? Pecadores, salvos por gracia, con ropa todavía contaminada con la carne, disputando sobre quién sería el mayor. Con razón mordieron la lengua cuando Cristo les preguntó sobre qué estaban disputando en el camino.
 Lo que no es chistoso acerca de esto es triste. Me hace pensar acerca de mis argumentos más fuertes con mis hermanos, y mejores amigos. No creo que ninguno de mis argumentos fue mucho mejor que este. Demasiadas veces giraba sobre derechos, sentimientos, defensa propia, conflictos de personalidad, vanagloria impensada, y porqué no decirlo, estúpida. Si Cristo me preguntara en aquel día de qué estaba yo disputando en mi camino sobre la tierra, no creo que podré contestar tampoco. La mera vergüenza me callará. Era una tontería, vanagloria insensata, soberbia absurda, me arrepiento, ¿qué más podré decir? Los apóstoles debían haber callado en el camino, para poder responder cuando Cristo les habló. Aprendamos de ellos.

 



   

 


 

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